Sam

Estoy embarazada 9 meses, doy a luz, meto al bebé en una bolsa de basura con el cordón umbilical y sin limpiarlo, y lo tiro a una valla donde hay escombros y donde espero nadie me vea. Y sí, si se muere mejor, menos problemas. Luego vuelvo a mi vida de mierda sin mirar atrás, total para qué? Igual de vuelta a “la calle”? O a la pareja que no quiere a mi bebé? Mi vida será más fácil sin un bebé, o sin un bebé más sumado a los hijos que ya tengo y no puedo cuidar porque su padre (o padres) no me ayudan y/o me han abandonado … Total, lo tiro, me olvido, y no tengo que hacer frente a los gastos que acarrea, para los que no tengo dinero ni forma de encontrarlo porque es muy difícil encontrar trabajo…

 

He intentado recrear en mi cabeza, pensar y ponerme en la situación de una mujer que tira a su hijo a la basura. Imposible. En cierta forma me gustaría conocerla y hablar con ella para entenderlo. Pero claro, eso no va a pasar nunca. Y ella nunca sabrá si su bebé ha sobrevivido o no. Qué pena, no?

Sam llegó a nuestras manos el 18 de julio de 2017 con tan solo unas horas de vida. La rápida actuación de la policía y de nuestros trabajadores sociales y cómo no, de nuestra súper auntie, Auntie Winnie, le permitió seguir en este mundo, contra todo pronóstico.

Cuando llegó a Malayaka House estaba helado. Literalmente. Inmediatamente lo llevamos a la clínica de Entebbe en la que últimamente confiamos. El médico lo puso en la incubadora para darle calor. 31ºC. Después de ponerle una cánula y quitarle de entre las nalgas un trozo negro de bolsa de basura, la misma que fue su “carta de bienvenida” a este mundo.

 

Estuvimos 3 días en la clínica Emmanuel, donde nuestro querido Dr. Muganga lideró el tratamiento del pequeño. Antibiótico en vena durante todo este periodo, y después otros 7 días de forma oral. Sam, además de estar heladito, pesaba solo 2 kilos. Hoy pesa 2,9 e igual mientras escribo ya ha ganado los 100 gramos que le faltan para llegar a los 3.

Una vez en su nuevo hogar, Malayaka House, le metimos en nuestra “enfermería” y comenzamos con los turnos. Todas las aunties, incluida yo, todo el tiempo con él, apuntando cuando come, cuando caga y cuando hace pis.

Compramos el gorrito, los guantecitos, los calcetinitos, y todos los “itos” necesarios para darle al bebé su vida de vuelta. Leche, bibe, mantas, ropita, pañales… todo listo para nuestro baby Sam. Y sobre todo… muchos mimos.

Esta vez el nombre no fue tan fácil, y nos costó ponernos de acuerdo. Dos días antes había fallecido Sam Owori, el que iba a ser presidente del Club Internacional de Rotaríos, de un ataque al corazón en Texas. Era un ejemplo y un orgullo para su Uganda.

Malayaka House no sería sostenible si no fuera por la ayuda que hemos recibido de distintos clubes de Rotarios de distintas partes del mundo, así que, Robert pensó, y ¿si les homenajeamos de esta manera? Dicho y hecho. Entre medias se perdió el nombre de Pablo que tanto nos hubiera gustado dedicar a Cris y Javier, y varias otras opciones descabelladas. Finalmente se llama Sam Owori Malayaka, y claro, va a ser un bebé feliz.

Sam cumplió ayer un mes y todavía es muy pequeñito.

Todos en la casa le adoramos, y él nos hace sentir, mirándole a los ojos que, como dice Sara, un mundo mejor es posible: un mundo lleno de amor, de esperanza, de amistad, y de cariño. Un mundo donde ayudar a los otros sea posible. Un mundo donde la madre de Sam no se hubiera quedado embarazada si no podía cuidar de un bebé, y donde no lo hubiera tirado en una bolsa de basura. Un mundo donde existe Albert (nombre ficticio), que fue el vecino de la casa donde se tiró al bebé, y el único que tuvo los huevos, con perdón, de salvarlo. Un mundo donde Mary (nombre ficticio) es real, para que pudiera llevar a Sam a la clínica para que cortaran su cordón umbilical, le limpiaran, y le salvaran la vida. Un mundo donde Agnes, la oficial de policía que nos llamó, existe, y donde Malayaka House existe para devolver a niños abandonados el futuro que nunca debería haberles haber sido robado.

Hace 4 años que vivo aquí, me han pasado un millón de cosas, pero no hay nada que equipare la paz, y cómo se le llena el corazón a una, que ser partícipe en salvar una vida. Este mérito no es mío, es de Robert, de las aunties, de los voluntarios, del resto de niños, hermanos y hermanas de Sam, pero sobre todo de todas las personas que nos ayudáis aportando vuestro granito de arena (vosotros sabéis quienes sois!) para hacer posible que hagamos lo que hacemos: salvar vidas. G-R-A-C-I-A-S.

Baby Sam y mi mano (y mi corazón y yo entera), os deseamos una feliz noche.

Beatriz Gutierrez

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